viernes, 19 de marzo de 2010

LAS FIESTAS EN LOS VIEJOS TIEMPOS


LAS FIESTAS EN LOS VIEJOS TIEMPOS






Como en la época de las fiestas tradicionales el barrio también se comportaba como una gran familia. Los vecinos de la cuadra se conocían por sus nombres y sabíamos que podíamos recurrir a su fraternidad de ser necesario.
Eran inmigrantes o hijos de ellos, también algunos criollos que festejaban juntos sus casamientos, bautismos y cumpleaños y ahora estaban muy unidos en las fiestas de diciembre. La Navidad tenía un hondo significado familiar en aquella cultura barrial donde todos se apoyaban y los festejos findeañeros eran callejeros y bullangueros. El aroma del pinito navideño y la cera de sus velitas inundaba las casas. Los chirimbolos eran caseros y los globos de vidrio aparecieron como una novedad muy cara que sólo los vendían en el Bazar Mitre. En la mañana del 24 las doñas del barrio habían estado muy ocupadas. Moldeaban las masas de los panes y budines llenos de fruta seca, nueces y castañas que se compraban por Villa Muñoz en el Almacén de Rebecca o en la Ciudad Vieja en lo de Singer.
Los hornitos de barro, infaltables en aquellas casas de los barrios populares, echaban humo y aromas dulzones. También se cocinaban las pizzas con atún y anchoítas para el copetín, mientras llegaban los familiares rezagados. En los tranvías, al costado del conductor, también llamado "motorman", había un canasto de mimbre donde los pasajeros dejaban regalos a quienes durante todo el año los habían trasladado con mucho respeto y cariño. Los pibes pedían "un vintén p'al judas" y los rellenaban de cuetes y bombas de gran estruendo. A medianoche, esos muñecos de trapo ardían en el medio de la calle. Todos habían salido a la puerta a ver cómo ardían los judas e intercambiaban regalitos y botellas de sidra y licorcitos caseros, mientras brindaban muy alegres y unidos. Las campanas llamaban a la Misa del Gallo, a las 12, con el cura que luego de dar la misa en latín se dedicaba a recorrer las casas del barrio y charlar con todos los vecinos, ya fueran creyentes o no. El festejo del 31 venía marcado por la venta de hielo que se agotaba en los boliches y entonces todos se dirigían a la calle Porongos, donde se formaban grandes colas de gente con carritos, frente a la enorme fábrieca hielera.
Las casas lucían guirlandas de flores y algún farolito que se encendía en la última noche del año. Sonaban fuerte las radios de capilla con la música de los programas llamados "bailables" siendo el más famoso el de Geniol. Se escuchaban pasodobles y tarantelas para alegrar a los abuelos inmigrantes que se habían puesto melancólicos recordando sus lejanas aldeas europeas. El baile en la calle era algo tradicional y la música salía de los parlantes tipo cornetas colgadas entre los árboles. Algún vecino ponía fuerte su vitrola o algún moderno pasadiscos comprado en la tienda del señor Cardellino o en lo de Sapelli. Quema de los viejos almanaques, barrer para afuera, tirar baldes de agua a la calle, o prender mirra eran las costumbres que todos practicaban en un clima risueño. Otro hábito que se unía a los vecinos era realizar el "1º de enero" una excursión todos juntos. Salía un camioncito lleno hacia destinos cercanos como los terrenos del señor Piria en Maldonado. En damajuanas conservadas en latones llenos de hielo llevaban el rico clericó para empezar el año con toda la polenta. Un niño lleva su judas en un carrito, los vecinos bailan en la calle, los petardos "revientaportones" estallan a las doce, se alzan las copas para un brindis colectivo del barrio.
Postales de la Navidad y el Fin de año en los viejos tiempos. Cuando los vecinos eran una gran familia siempre pronta para los gestos solidarios y fraternos.










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